lunes, 27 de agosto de 2012

UNA HISTORIA MAL CONTADA: PERDIDO EN LA AV. ABANCAY


Muchas veces escuchaba hablar de Lima como si fuera un país extranjero,  ya que no la había visitado aún. En realidad, yo no radico allá (en Lima) sino en Huánuco. Es un pueblito que ha ido creciendo desde los tiempos del terrorismo donde sus pobladores, las chacras, los árboles, el majestuoso río y sus animales,  guardan  aún aquellos tiempos de terror por la muerte que se llevó a muchos de sus hijos y dejó un gran dolor a este pequeña provincia pero milenaria.

Tenía un vecino (falleció hace poco), Celedonio se llamaba; era un tipo con canas blancas, ojos marrones (lleno de ojeras por cierto), de unos 68 años, envejecido por el pasar de los años y sobretodo, un experto en contarte historias “reales”. Te contaba historias que según él, había vivido y disfrutado de la mejor manera, durante sus días de juventud.

Llegó una oportunidad en que me crucé con mi vecino Celedonio, cuando me dirigía muy temprano ( 5 de la mañana, maso menos) a trabajar con mi chaquitaclla al hombro, empeñoso y vigoroso de que otro día más araba mis chacras para sembrar papa y maíz. Al acercarse, me dijo que tenía una hermosa historia para mí, lo cual me dejó perplejo y entusiasmado por saber de qué se trataba. “Ve a Lima”, me dijo.

Alistando mis maletas y el escaso dinero que tenía, hice caso a Celedonio. Él me dijo que en Lima, las cosas están cambiando, había mejores puestos de trabajo; el campesino tenía mayor oportunidad para educarse (ya que en Huánuco, no se entendía qué era educación), incluso te daban alojamiento para estar unos meses en algunos módulos por un distrito llamado “Villa el Salvador”, solo necesitabas enseñar tus papeles donde indicabas que  provenías de Huánuco.

Era mi primer viaje a Lima y con lo que dijo Celedonio, las ilusiones asomaban mi cabeza, pensando las grandes cosas que podría hacer allá (en Lima), la educación que podría conseguir y lo mejor de todo traer a mi familia por una vida mejor que en los sacrificados campos de cultivos. Además, ya estaba dentro del ómnibus colmado de gente, con sus maletas, comiendo choclo con queso y metiendo su equipaje en el techo con algunos señores que no tenían mucho dinero y viajaban de esa forma.

Perdiéndose de vista mi hogar y escuchando un carnaval de mi pueblo empiezo a derramar algunas lágrimas, ya que dejó a mi familia, animalitos, chacras empezando a dar frutos y sobre todo a mis vecinos que trabajábamos contentos y sonrientes al momento de hacer el “ayni”.  

El día estaba muy lluvioso y nublado. La gente duerme bien abrigada con frazadas hechas de alpaca. Yo solo tengo puesto un poncho ya que dinero no me alcanzaba para comprarme una de esas (frazadas).

Mis ojos empiezan a parpadear porque había amanecido y estábamos en la Costa. Me quedé perplejo al ver tanta agua en un solo lugar, no sabía que “los ríos” eran de esa forma tan sorprendente. Sin embargo, alguien distrae mi atención. Era el cobrador del ómnibus que gritaba: “estamos llegando a Lima”. Al escuchar eso, sentí muchos escalofríos porque estaba a punto de empezar mis sueños de una vida mejor, mi vecino Celedonio me lo dijo.

Al bajar me dirigí de frente al Ministerio de Agricultura, donde me dijo (Celedonio) que me darían los papeles para poder alojarme en los módulos (en Villa el Salvador).Sin embargo, al llegar, un policía derrumbaría todo lo que tenia en mente. Me dijo que acá no se entrega ningún documento para esas cosas; es más, eso no existe para los que vienen de Huánuco, son meras historias las que me han dicho. Le pedí una solución por esta desilusión y me dijo que lo mejor era regresarme a mi pueblo. El gran problema era que no tenía dinero para regresar porque invertí todo en mi pasaje para poder venir a cumplir mis sueños en Lima.

No sé si fue una broma de mi vecino Celedonio, o él tuvo una mejor oportunidad para llegar a Lima y cumplir sus sueños pero ahora no sé dónde estoy, ni cómo voy a regresar a  mi pueblo. Estoy caminando por una calle que dice “Av. Abancay” y la gente me mira raro por la ropa que llevo puesto o derrepente por el olor que tengo ya que no me baño días. Solo espero encontrar una salida para regresar a mi comunidad mientras duermo en estas calles frías, llenas de indiferencia  y ver nuevamente a mi familia que dejé por una historia mal contada.



                                                       
                                                      FOTO REFERENCIAL: INTERNET

sábado, 11 de agosto de 2012

UN CUENTO "SOCIAL": LA GUERRA ENTRE LAS FRUTAS Y LAS VERDURAS.


Había una vez un país maravilloso llamado “Nutrilandia”. Era un lugar donde reinaba la tranquilidad, igualdad y convivencia entre las frutas y verduras. Ellos compartían sus actividades cotidianas, las realizaban sin recriminarse entre ellos a pesar de pertenecer a distintos géneros. Se consideraban como hermanos, que trabajan para poder salir adelante y no sufrir las necesidades que la naturaleza les dejaba.

 Cierto día las frutas se percataron de que su territorio se iba reduciendo y estaban cada vez más arrinconados. Grande fue su sorpresa al ver que las verduras les habían quitado varias hectáreas de terreno por debajo de la tierra; pues eran nada más ni nada menos la papa y la zanahoria las que se habían extendido demasiado con sus hijos. Esto traería un fuerte desequilibrio ambiental entre ambos géneros.

“Hagámosle una ensalada de verduras por su traición”, decía la Piña, quien era la más fuerte y dura de las frutas. “Mejor, los convertimos en una tortilla”, replicó el Plátano, quien era el mas ligero y alto del grupo. “Tranquilícense todos”, dijeron los jefes de ambos grupos (era el Brócoli y la Manzana).“Hemos encontrado una solución a todo esto y lo definiremos jugando futbol”. “¿! Futbol!?”, replicaron todos sorprendidos.

Y así fue, acordaron en que el equipo ganador del partido se quedaría con el pedazo de terreno que estaba en disputa. Entonces, todos se alistaron para el enfrentamiento que se realizaría en el estadio “Monumenfrutas”, porque ellos eran los perjudicados y les correspondían ser locales.
Dentro del equipo de las verduras estaban: El Cabezón Brócoli (como arquero), el Negro Cebolla, el señor Cara de Papa, el conejo Zanahoria y  el señor Nabo. Mientras que en el equipo de las frutas habían: La recia Piña (como arquero), el ágil Plátano, el señor Manzana, la agria Naranja y el gordo Mango. Finalmente como la pelota quedaría el señor Limón, quien aceptó gustosamente que lo patearan en este partido.

Se dio el pitazo inicial y las frutas empezaron el partido. El ágil Plátano salió rápidamente llevándose al conejo Zanahoria, haciéndole una guacha al señor Nabo, hasta que se detuvo y empezó a llorar. Era el Negro Cebolla, quién le  había detenido empleando las capas de su cuerpo, que emanaban un liquido irritante a los ojos de cualquiera. Al recuperar el Negro Cebolla el balón, le paso al señor Cara de Papa, quien apuntó y disparó tan fuerte que mandó a volar a la Piña y todo su caparazón quedó como chapitas regadas por el suelo. Era el uno a cero.

Las frutas se recuperaron rápidamente y se fueron al ataque al mando del gordo Mango, quien utilizaba su cuerpo para tumbarse a la Zanahoria, quien quedó aplastada como si la hubieran sembrado de nuevo. Pasa la pelota al señor Manzana, quien da un centro al  ágil Plátano; al recibir el Plátano, prepara su disparo y patea. Fue tanta le fuerza, que la pelota de limón se llevó de encuentro la cabeza del Brócoli dejando al descubierto su calvita. Era el uno a uno.

Pasaba los minutos y no llegaba el desempate. Los jugadores se notaban agitados y con ánimos de rendirse hasta que se  oye un “casi”, de parte de las frutas. La pelota había chocado en el palo.

Sonó el pitazo final. Habían empatado y no encontraba una solución a sus problemas de terreno. Sin embargo, hizo su aparición la sabia y vieja Espinaca, quién era una anciana que conocía todo los problemas en su planeta. Ella les propuso que no debería haber otro partido porque no se percataban que se estaban dividiendo y no estaban siendo hermanos como antes y peor aun, no se alistaban contra la naturaleza, que se acercaba con un invierno intenso y devastador.

Foto referencial: Internet

Pensativos las frutas y las verduras, se miraban unos a otros sin saber qué decirse ya que la anciana tenía razón. Entonces decidieron que a partir de ahora no harían partidos por dividirse, sino que se unirían más que antes para no perder esas costumbres que tenían como hermanos y no dejarse contagiar de cosas negativas como su vecino planeta, LA TIERRA.


Foto referencial: Internet




domingo, 5 de agosto de 2012

CHOSICA - LIMA : CRÒNICA DE UN "PLOMO"

Son las 6:10 de la mañana y me encuentro apurado, con mucho frío, mirando el reloj, mirando el segundero girar avasalladoramente, en un paradero colmado de gente de todas las clases sociales, quienes esperan una combi  (al igual que yo un “plomo”) que los lleve a Lima en esta estación de invierno.

“Plomo” es una jerga empleada por los cobradores contra esos pasajeros, como yo, que penosamente toman el carro desde el inicio de su paradero (Chosica)  para bajarse en la última parte de su recorrido (caso mío la Av. Wilson). Y te lo recalcan peor aun si pagas medio pasaje: “Otro plomo que sube”, te dicen.

Entre empujones, pisadas, gritadas, subo a la combi y “desgraciadamente” lo primero que me percato es que hay sitio pero al fondo, ¿al fondo? Ese asiento donde no se puede abrir la ventana y poder respirar cualquier cosa menos el aliento de las personas que se encuentran despanzurradas en la combi, ese asiento donde entran tres más y te sofocas de calor, ese bendito asiento donde te golpeas más por los baches que pasa. Ni modo, era un “plomo” y asiento es lo que faltaba en esa combi repleta.

Voy casi media hora de recorrido, acompañado de la tormentosa música reggetonera, esa música que me gustaba cuando tenía 16 años pero que ahora la aborrezco como nunca  por tener que escucharla todo el camino; es decir, casi dos horas.

 La combi hace su primera parada y sube (aparte de pasajeros) el típico vendedor de carita triste, polo sucio, zapatos gastados, ojos deprimentes y con una voz melancólica. Esto es una clara muestra de cómo está nuestra sociedad tan paupérrima y luego nos dicen que tenemos “un crecimiento económico” pero nunca un “desarrollo económico”, en fin no va al caso en esto que les escribo.

Son, en ciertas oportunidades, innumerables las veces en que suben los vendedores; ellos buscan llegarte al sentimiento para que les puedas comprar un caramelo, llaveros o un “wafer arequipeño” a solo cincuenta céntimos. Si no te convencieron con la historia que te dijeron (sea cierta o no) y estás acompañado, fuiste porque serás una clara victima de su “floro” o sus insultos.

 Casi una hora de recorrido (acompañado obviamente de la música reggetonera a todo volumen) mirando el paisaje, sus árboles, el río, las chacras, escuchando un poquito al viento, algunos caballos arando la tierra, gaviotas volando por algún bocado que pueda encontrar para sus crías, sintiendo el sueño enrollarme. Eso es lo bonito de esta parte de mi ruta porque estoy  por un valle aún; esos valles que empiezan a desaparecer en Lima para convertirse en zonas “modernas”. Sin embargo, la imagen de mi ruta de “plomo” va cambiando.

Suena el claxon, escucho silbidos, sonidos de maquinaria pesada, hay  gritos dentro de la combi que dice “avanza tortuga”, “ábrete a la izquierda” y un pitazo hace detener a la combi para que crucen los peatones. No podía creer que la imagen  de hace un momento había cambiado radicalmente y ahora todo era distinto: Concreto, pistas en mal estado, casas llenas de polvo, bulla de las combis que a la vez emanaban humo que nosotros inhalábamos. Estaba sumergido en el “tráfico”; eso que a muchos disgusta, incluyéndome, y provoca el retraso para llegar temprano a la universidad o trabajo.


Voy cinco, diez, quince minutos esperando pasar esta congestión vehicular, gracias a nuestros políticos que se animan recién a realizar obras cuando la ruta hacia Chosica aumenta por su clima, en este invierno. Gran error al hacerlo con la Carretera Central,  ya que es la única pista transitable por esta ruta.

Es parte de mi rutina pasar por esto; un “plomo”, como yo, que sabe en dónde roban, que sabe en dónde hay trafico (pero mayormente es incierto), sabe dónde va a subir la misma señora con su hijito a pedirte una limosna, conoce en qué parte veré nuevamente a esa chica tan  hermosa a los ojos del hombre (claro, si es que sube a la combi donde me encuentro).

Hora y media, ya casi voy a llegar a la universidad. Yerbateros, San Luís, El Agustino,
Con su famoso Cerro San Cosme y su centro de reparaciones de autos para el pueblo (y la clase alta también) “San Jacinto”. Son un punto neurálgico entre la unión de Chosica y Lima; un cambio notorio para aquel principiante que va por primera vez por esta ruta.

Por fin, son las 7:50 de la mañana, casi dos horas de recorrido, de estar durmiendo en la combi, escuchando esa canción llamada “regguetón”, padeciendo en los tráficos, oyendo gente insultarse por no dar el asiento reservado (claro, eran chibolos también) me encuentro en la Vía expresa Grau y me levanto de mi asiento, quedó hundido como un “chifoncito”, avanzo pidiendo permiso, hasta llegar a la puerta donde está abarrotada de gente que baja en la Av. Wilson ( hoy llamada  formalmente, Gracilazo de la Vega) .

Antes de bajar, aseguro que mis cosas estén en su lugar. “Wilson baja”, le digo al cobrador, empezando mi recorrido hacia la universidad, cuyas calles mojadas, edificios enormes, el olor a humedad, me reciben acompañado de un frío que lo siento hasta los huesos.

Pensativo a veces, aburrido en otros, estar en la combi es  parte de mi rutina de “plomo” que quisiera cambiar pero (por ahora) debo disfrutarlo de la mejor manera, pues son 2 horas de mi vida que es succionado por el largo viaje. Ahora, cruzando la pista para dirigirme a la universidad y poder entrar a mis clases, pienso que ya logré mi meta de ida pero que aún me falta mi retorno, el retorno del “plomo” hacia su hogar, su tranquilidad, donde no exista la palabra “tráfico”. Eso solo el destino de la combi chosicana que tome o me reciba, me lo hará saber.

Foto referencial : Daniel Pajuelo.